Condiciones de vida en la posguerra

En los años treinta, Andalucía era una región atrasada, con recursos y riquezas mal explotadas, con una extructura de la propiedad de la tierra entre el latifundio, en general mal cultivado, insuficientemente mecanizado, atrasado tecnicamente, con enormes dehesas y cotos de caza.

La posguerra sacó a relucir la decadencia de una guerra entre hermanos, donde la minoría de grandes propietarios se repartían la riqueza, mientras una mayoría dependían totalmente de que les dieran o no trabajo los grandes terratenientes, donde cada mañana, en la plaza del pueblo, los manigeros y capataces elegían a quienes querían, de entre los jornaleros allí reunidos. Estos campesinos podían encontrar trabajo entre 190 y 220 días al año, el resto del año permanecían en paro y consiguientemente sin un jornal que llevar a su familia, dependiendo para mal vivir de mil recursos y trucos, desde la caza furtiva a la cogida de espárragos, cardillos y otros productos de la tierra. Así, el abismo entre una clase y otra se iba agrandando, sobre todo en los tiempos de crisis, cuando por cualquier causa, tales como, sequias, exceso de lluvias, plagas, o cualquier otro accidente climatológico, se limitaba el trabajo, viéndose abocados al hambre y a la caridad humillante.

Esto conducía sin remisión, a una vida miserable e indigna del ser humano. La vivienda en Arahal, normalmente se concentraba en las llamadas “casas de vecinos”, amplias casas en decadencias, con un patio central, alrededor del cual se abrían habitaciones de 25 o 30 metros cuadrados, en donde vivia una familia con 4 ò 7 hijos, en la máxima promiscuidad. Sin agua corriente, los servicios comunales eran pozos negros para las aguas fecales. Estas casas se encontraban repartidas a lo largo del callejero arahalense: tres en calle Sevilla, una en calle Miraflores, otra en la Plaza Vieja, una en Plaza del Santo Cristo, dos en calle Pozo Dulce, otra en calle Tahona, otra en calle Pedrera y otra en calle San Antonio, aunque seguro que proliferarían muchas más por los tiempos de pobreza que se vivían.

En el campo o a las afueras de los barrios más humildes (La Porra, junto a la iglesia de San Roque, El Faro cerca de la carretera Carmona, o el Callejón de Paradas) convivió con las casas de obra de mampostería la tipica choza de adobe y techumbre de paja, cuya higiene y sanidad brillaban por su ausencia. A mediados del siglo XIX, el Diccionario de Madoz dice que las casas de Arahal son de “pésima construcción y peores materiales”, refiriéndose a que la mayoría eran chozas rurales, dejando el ladrillo y la teja para unas pocas y principales.

No debemos olvidar que la arquitectura no es más que la manifestación del poder. Estos​ materiales​ eran​ baratos​ y dependiendo​ del lugar​ se utilizaba la juncia,​ la paja de​ rastrojo, la enea o​ cualquier​ vegetal​ que​ bien​ sujeto​ en​ techo​ o​ paredes​ impidiera​ el​ paso​ del​ ​frío​ o​ del​ calor.​ Los​ palos​ o “jorcones”​ sostenían​ sus​ “costillas”​ atravesadas​ que​ eran​ la​ estructura​ del​ techo.​ Sobre​ estas​ se​ colocaba un​ piso​ de​ cañas​ sustentantes​ del​ pasto.​ El​ techo​ lo​ cosían​ con​ tomiza​ para​ hacerlo​ más​ resistente.​ La distribución​ del​ interior​ se​ hacía​ con​ telas​ o​ mantas​ colgadas​ de​ una​ cuerda.​ Las​ camas​ eran​ ocupadas​ por varias​ personas.​ Si​ era​ posible​ se​ hacia​ la​ cocina​ fuera,​ en​ otra​ choza,​ para​ evitar​ olores​ e​ incendios.​ Para la iluminación nocturna se utilizaban candiles o lámparas de carburo o aceite.

Las familias sin seguridad alimentaria, debido a los bajos sueldos y a la precariedad del trabajo. La mortalidad infantil por encima de los 100 por mil habitantes. Los niños sin escolarizar o mal escolarizados, trabajaban ya con 7 ú 8 años, por la comida, cuidando cabras o tareas similares, alcanzándose entre la clase obrera de una tasa del 80% de analfabetismo.

*Arriba podemos observar la imagen de un chozo en el Faro, perteneciente a Antonio Pastor Parrilla. En él habitaban su esposa, Josefa Fernández Guisado y sus seis hijos: Antonio, de 19 años; Dolores, de 14 años; José, de 12 años; Agustín, de 9 años; Inocencio, de 7 años; Y Cristobal, de 4 años.

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